El divorcio como mal menor
Hay historias de amor como las de los cuentos: duran para siempre. Otras, en cambio, se asemejan más a un relato breve. Un día lo nuestro pasa a ser tuyo y mío, y las virtudes del otro son atropelladas por un aluvión de reproches y recuerdos tergiversados.
Y entonces, claro, la única manera de seguir adelante es poner punto final a nuestra relación, y surge la palabra definitiva: divorcio. Contactamos con un abogado de divorcios y transformamos nuestra historia sentimental en común en una serie de cláusulas que contienen derechos y responsabilidades, en un balance de activos y pasivos, y un buen día un papel nos dice que volvemos a estar libres... aunque no nos sentimos libres.
Y eso es así porque pocos salen de un divorcio con el espíritu dispuesto a volverse a enamorar. Cuesta volver a confiar, sustituir una piel y una rutina por otra, volver a conjugar en plural...
El divorcio siempre viene acompañado de una cierta sensación de fracaso. Tanto da que la culpa de la ruptura tenga más que ver con la otra parte del matrimonio que con nosotros, siempre hay algo que creemos que debimos haber hecho o haber evitado. Y es lógico que nos surja la duda sobre si ese fracaso al que hemos contribuído a abocar nuestro proyecto de vida en común no se va a reproducir en futuras relaciones.
No obstante, no podemos dejarnos llevar por la fatalidad y pensar que no encontraremos esa persona con la que envejecer. Hemos, eso sí, de hacer un riguroso examen de conciencia para saber qué actitudes o comportamientos perjudiciales son las que hemos aportado nosotros a la relación, a fin de intentar en la medida de lo posible no volverlas a poner en juego en el futuro.
Y, desde luego, no cometamos el peor error que suele surgir tras el divorcio: buscar una pareja a la mayor brevedad posible, tanto por evitar el vértigo que nos produce la soledad tras años de compartir cada escalón de la cotidianeidad como por demostrar a nuestra expareja que otra persona puede encontrarnos atractivos. Tendemos a colgar de cada persona que nos atrae multitud de virtudes que en realidad no tiene, máxime si queremos subsanar el error cometido a la mayor brevedad posible.
Por lo tanto, tras un divorcio no está de más tomarse un cierto periodo para reflexionar, aprender a vivir sin depender de nadie y -¿por qué no?- salir y divertirnos sin tener que dar explicaciones.