sábado, 8 de diciembre de 2012

Hasta aquí hemos llegado


El tiempo que va del deterioro irreversible de una relación de pareja al desguace de la misma suele ser directamente proporcional a la paciencia del más paciente de los miembros de dicha pareja. Pero siempre, en ese alud incontrolable que es una pareja cuando ya ni quiere, ni puede, ni sabe ser una pareja, ese alguien dirá basta.

Hay "bastas" que son inevitables, como el trueno después del rayo: una infidelidad, un acto de violencia, una nota en la mesa... salen como un manotazo, son liberadores, tienen día y hora, como la tuvo en su día la decisión de encontrar pareja.

Pero hay otros finales que se desangran lentamente en el calendario del hastío. Son finales por inercia, finales de inanición.El amor se muere de hambre, se muere de nada, y nadie queda junto al enfermo para tomarle el pulso ni pedir ayuda.

En la antesala de dichos finales es difícil saber cuándo se pasa de la enfermedad a la gangrena, cuándo cortar es anticipar el dolor o certificar la muerte del miembro. Cuando el amor es ya sólo una costumbre, el final puede ser el preludio de todos los sinsabores y rencores convertidos en excusa, en eximente amatoria, o bien puede ser sólo eso, un certificado de defunción, apenas un alivio y un cambio de planes.

En cualquier caso, es preferible que al caer el telón de aquello que un día se conjugó en plural caiga también una lágrima a que sólo la indiferencia meta en cajas instantes hechos de amor y esperanza.

 

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