Venimos refiriéndonos en Encontrar pareja o el juego de las comparaciones y artículos siguientes a la disparidad entre el ideal de pareja que decimos tener y las parejas reales que acabamos teniendo. Remarcábamos que esa disparidad entre lo que queremos hacer y lo que finalmente hacemos no se da -al menos no voluntariamente- en otros aspectos de nuestra vida distintos del de encontrar pareja.
Uno de los aspectos que explicaría esta divergencia choca frontalmente con la idea romántica que tenemos del amor, y lo podemos expresar como sigue: las virtudes que a priori declaramos como irrenunciables en la persona que nos gustaría encontrar a la hora de encontrar pareja son mucho menos importantes que aspectos en teoría más banales como la atracción física que sintamos por esa persona.
Dicho de otra manera más clara: Si alguien nos entra por los ojos somos capaces de enviar por el sumidero el decálogo de cualidades que -proclamamos a quien nos quiera escuchar- ha de tener nuestra pareja ideal. De la misma manera, si dicho decálogo de cualidades se reencarnara en una persona que no despierta en nosotros reacción física o química alguna, dad por seguro que olvidaréis el nombre de esa persona a los diez minutos de que os la hayan presentado.
Y esta es la dura pero sencilla explicación de por qué esas personas que encajan al dedillo con el arquetipo que se suele dar de la pareja ideal (que sepa escuchar, que sea tierno/a, sensible, sincero/a, etc, etc) ven relegada su relación con la persona de la que están enamorados (y que dicho de paso tampoco se corresponde con el arquetipo que se suele dar de la pareja ideal) a la de mejor amigo/a, con suerte, salvo que dichas cualidades vengan acompañadas de un físico envidiable.
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