lunes, 3 de diciembre de 2012

A cámara lenta


Ella no sabría decir si lo quería, si lo quiso alguna vez. El llegó en uno de esos momentos en que uno se plantea: quiero encontrar pareja. Llegó para ocupar esa vacante y luego partir, y pasó el tiempo y sin que pasara nada importante, se incorporó a su vida como eterno interino. Y ahí continúa, tranquilo, cortés,  detallista sin llegar al acaramelamiento. Y ahí siguen, juntos en las fotos y en la hipoteca.  La pareja perfecta, dice su madre. Un muermo de tío, opina su mejor amiga.

Primero la boda, luego los niños. Fue pasando el tiempo para la pareja sin grandes crisis ni metas demasiado altas. Ella quería encontrar pareja, él quería quererla, ninguno de los dos se conformó con menos ni se atrevió a más, así que la pareja siguió envejeciendo, mecidos en un viaje sin sobresaltos ni plan b.

A ella le surgieron otras alternativas, no sabe si a él también. Estuvo tentada de romper la baraja, hacer una locura y empezar de nuevo. Conocer -reconocer- un amor apasionado, violento, sólo de ida. Dejarse llevar en brazos brutales y seguros. No lo hizo, al final. Pesaron -supone- las responsabilidades, los niños. Tal vez también ese veneno lento de la rutina que nos inmoviliza, que nos atenaza, que nos ata a la noria de lo conocido.

Y siguió pasando el tiempo y una tarde la mujer que un día pensó "quiero encontrar pareja" dejó de conjugar los verbos en futuro. Se conformó con lo vivido, dio por amortizado el corazón. Triste y serena salió esa tarde al porche, como si esperara que de un momento a otro pasara algo. Él dormitaba en una hamaca raída, el rostro sereno y blando. Lo acarició, como se acaricia a un niño. Ella no sabría decir si lo quería, si lo quiso alguna vez, pero esa tarde no hubiera querido estar en ningún otro sitio. 


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